El equilibrio no está en el tono, sino en el contraste

Cuando todo en un espacio es cálido: maderas, beiges o dorados, la armonía está asegurada, pero también puede volverse previsible.

Introducir un tono frío no rompe la armonía, la afina.

Ese contraste leve despierta la mirada y hace que todo cobre sentido.

En la colección Una vez conocí a un sabio, los tonos rojizos eran el pulso de la composición.
El tono aguamarina de las servilletas y bajoplatos llegó para contenerlos. 

Esa tensión sutil es lo que la hizo completa.

En decoración como en cualquier gesto de cuidado, el contraste no se impone: se insinúa. 

Y así es como se transforma lo correcto en memorable.