Durante mucho tiempo, busqué la forma más auténtica de expresarme. Necesitaba que mis gestos reflejaran con naturalidad quién soy y la intención afectiva que me mueve. 

La respuesta llegó en un recuerdo de infancia. De niña, jugaba a pintar en los manteles de papel de los bares. En la calidez de aquellas mesas compartidas, mi familia me permitía dar rienda suelta a mi creatividad de manera muy libre. Allí descubrí que el mayor acto de amor es darte la licencia de ser tú mismo.

Con el tiempo supe que, para mí, la mesa es mucho más que un lugar para comer. Es el punto de encuentro donde todo sucede. Y el ritual de prepararla, un acto creativo, íntimo y profundamente sincero.

Alrededor de una mesa se desatan mil formas de decir "te quiero", un lenguaje fácil de descifrar y también de recordar. Hoy sigo entendiéndola como la vía más poderosa para demostrar quién soy y la manera en la que los demás me importan. 

Mi propósito era materializar esos momentos en algo que pudiera volver una y otra vez.